Amanda Céspedes
Fundación Educacional Amanda
Los recientes episodios de protesta ciudadana en distintos territorios del país muestran el alto grado de radicalización y violencia frente a los conflictos, una radicalización que parece ir en aumento mientras, paralelamente, crece el aparato represivo sin lograr resolver la escalada de violencia. Chile parece estar cada vez más lejos de lograr el sueño de una sociedad cohesionada, en la cual los conflictos, sean económicos como culturales o político institucionales se convierten en fuentes de transformación democrática. Mario Basaure y Alfredo Joignant escribían en CIPER a fines de octubre del 2019:
“… Eso significa que las instituciones deben lograr procesar dichos conflictos en el marco de procesos y mecanismos de diálogo y participación de representantes del mundo social, naturalmente junto a los partidos políticos (que por sí solos, son estructuralmente incapaces de lograrlo). La sociedad chilena, nuestra democracia, adolece históricamente de estas instancias. Por ello los conflictos, cuando se expresan, lo hacen por vías extra institucionales (muchas veces de manera violenta) y, cuando no lo hacen, se acumulan hasta que un hecho relativamente menor los hace estallar en violencia desatada, como lo ha mostrado en no pocas oportunidades la historia de Chile”
Una sociedad cohesionada crea sentido de pertenencia, promueve la confianza, ofrece oportunidades de movilidad social, es fraterna, acepta las reglas y valores propios de la comunidad, trabaja por proyectos colectivos, aborda los conflictos a través del diálogo y la participación, pero también se caracteriza por tener una mayor consciencia en su comprensión del mundo. (Faro Democrático, Ecuador)
Se han elaborado diversos índices de cohesión social, pero se ha puesto insuficiente énfasis en las condiciones que obstaculizan o que facilitan tal cohesión desde la perspectiva educacional, vale decir, desde las bases de la construcción de una sociedad nueva. A nuestro juicio, desde la perspectiva de la educación, son dos las condicionantes que es necesario relevar y por las cuales trabajar en el momento presente con una mirada de futuro. Sin generar cambios profundos en cada una de ellas es altamente probable que la radicalización de las protestas de la población chilena frente a los conflictos sociales siga aumentando. Una de las condicionantes es el concepto de educación integral de calidad, la otra es el concepto de nivel de consciencia en la comprensión del mundo.
La UNESCO y la OCDE definen la educación de calidad restringiéndola al ámbito académico. Dice la UNESCO que educación de calidad “es la combinación de condiciones de enseñanza y aprendizaje y logros académicos de los alumnos”. Esta es, sin duda alguna, no solo una definición limitada sino peligrosa, porque perpetúa las deficiencias al centrar la calidad en los logros académicos y naturalizarlos como un fin en sí mismos. En el otro extremo está la definición que plantea que una educación de calidad debe propender al desarrollo de competencias de participación ciudadana, entendiendo como ciudadanía el conjunto de actitudes y comportamientos, tanto en el ámbito público como en el privado, ajustados a los valores democráticos: libertad, pluralidad, tolerancia, respeto, diálogo, participación. Sin duda alguna que este concepto de educación de calidad se relaciona de mejor modo con la construcción de una sociedad que comparta valores fraternos y de colaboración, y entonces cabe preguntarse cómo debería ser tal educación, una educación para la no violencia.
En primer lugar, la educación para la no violencia no puede constreñirse al ámbito de la escuela; debe ser un trabajo integral, dinámico y permanente de acompañamiento al niño desde que nace y debe por tanto involucrar de modo armonioso a la familia, el barrio, la escuela, el territorio. Implica el desarrollo de prácticas tales como el fomento y enriquecimiento del apego y de los vínculos tempranos como base de una personalidad sana y pacífica; exige cambios en el concepto y el ejercicio de la autoridad, eliminando de raíz la autoridad vertical sustentada en técnicas de disciplina punitiva y de subordinación del niño. Requiere el desarrollo y práctica constante de estrategias de escucha afectiva y de resolución de conflictos en todos los ámbitos donde crecen los niños; obliga a eliminar toda forma de violencia: intrafamiliar, en la escuela, en el barrio y en el territorio. Es preciso que todos quienes ostentan el título de educadores (padres, cuidadores, educadoras de párvulos, docentes, directivos, etc.), sepan que la conducta violenta frente a un conflicto, ya sea en el hogar, la escuela o el espacio público muy a menudo refleja las secuelas en el agresor de una ruptura temprana de circuitos cerebrales esenciales para la autorregulación de la agresión, y que esta ruptura es provocada por las conductas de vulneración sistemática a ese agresor cuando era un niño pequeño. En otras palabras, una educación de calidad centra su eje en la dimensión afectiva y el verbo esencial en esta forma de educar es el verbo cuidar, no el verbo enseñar.
Gene Sharp, filósofo, profesor, politólogo, político y escritor estadounidense conocido por su extensa obra en pro de la no violencia como método ciudadano en la lucha contra el poder, propuso un listado de 198 métodos no violentos de protesta pacífica y persuasión, entre los cuales podemos mencionar las cartas de oposición o apoyo, declaraciones públicas firmadas, peticiones colectivas, pancartas, eslóganes, folletos, panfletos, libros, sketches, obras de teatro y música, etc. ¿Qué subyace a estos métodos? Indudablemente que se precisa dominar competencias básicas de alfabetización, tales como comprensión y expresión verbal oral y escrita, redacción, dominio de lenguajes visuales, musicales y escénicos, además de tener destrezas en pensamiento crítico y argumentación. Hace casi 9 años atrás, un estudio sobre competencias básicas de escolarización en adultos chilenos mostraba que el 44% de los adultos en Chile lee sin comprender, y esta situación va empeorando año a año. Un analfabeto funcional queda excluido socialmente, no logra acceder a una condición efectiva de ciudadano y no puede participar prácticamente de ninguno de los métodos de lucha no violenta, muchos de los cuales exigen un dominio de las habilidades de alfabetización y de pensamiento crítico. Alfabetizarse es mucho más que juntar las letras para formar una palabra y lograr leerla como tal. Exige comprender y analizar críticamente lo que se lee, confrontar lo leído con conocimientos propios y cosmovisión para elaborar nuevas ideas, ser capaz de expresar dichas ideas de forma oral y escrita, lograr argumentar. El pensamiento crítico es la capacidad de comprender y evaluar los argumentos ajenos y de elaborar argumentos propios sobre la base del conocimiento y de la reflexión. Es probable que la mejor definición de pensamiento crítico sea la que plantea que es el pensamiento responsable. Deberíamos agregar pensamiento ético. La capacidad de pensar críticamente no se opone a una actitud contestataria o de oposición a determinada realidad social, pero invita a oponerse a través de la argumentación, no a través de la violencia. Es en estos aspectos de la formación académica que la educación chilena sigue al debe. La escuela es el lugar clave para desarrollar y enriquecer las competencias de alfabetización antes de que el alumno cumpla 10 años y para desarrollar y enriquecer el pensamiento responsable antes que el alumno egrese de la enseñanza secundaria, poniendo el énfasis en que ambas capacidades deben ser adquiridas para ser transferibles a la vida social y cultural.
Finalmente, es preciso poner el foco en el controvertido concepto de consciencia, entendido como lucidez y amplitud en la cosmovisión, vale decir, en la mirada sobre la realidad. Se adjudica a Albert Einstein el sostener que “el universo de cada uno se resume en el tamaño de su saber”. Es preciso centrarnos en este último concepto: ¿saber como conocimiento o saber de sabiduría? La escuela en Chile está enfocada en la adquisición por parte de los alumnos de conocimientos, en lo posible muchos conocimientos, pero está muy lejos todavía de fomentar el temprano despliegue de la sabiduría que anida en el interior de cada ser humano desde que nace y que permite comprender la unidad de todo lo existente y el carácter sagrado de la vida, comprensión trascendente que está en la base de la consideración por la dignidad del otro. Ampliar el grado de lucidez consciente en los niños corresponde a la dimensión de la espiritualidad como ejercicio cotidiano en cada entorno: hogar, escuela, barrio, territorio, en la medida que quienes los guiamos hayamos alcanzado la certeza de la consciencia como evolución ascendente y trabajemos activamente para dicha evolución. En palabras del Dr. David Hawkins: “cambiamos el mundo no por lo que hacemos o decimos, sino como una consecuencia de aquello en lo que nos hemos convertido”.
La educación actual debe comenzar hoy a construir esa sociedad cohesionada que necesitamos para erradicar la violencia y conquistar la paz. Comencemos hoy, aunque la tarea tome décadas y muchos no alcancemos a ver el resultado.