Dra. Amanda Céspedes C.
Fundación Educacional Amanda
Al cierre de esta semana se cumplirán 100 días desde el 16 de marzo, día en que docentes y alumnos desde la educación de párvulos a la educación superior debieron quedarse en casa y dar inicio abrupto a una educación remota o a distancia que muchos insistieron en asimilar a la docencia “on line” propia de la formación de post grado en las universidades. Rápidamente se pusieron a disposición de docentes y alumnos de escuelas públicas y privadas diversas plataformas que permitirían el teletrabajo docente y el aprendizaje remoto y se exigió dar cumplimiento al currículo y a los calendarios de evaluación; no obstante, poco o nada se pensó respecto a la necesaria flexibilización y priorización curricular, el indispensable tiempo libre, la recreación, el ejercicio físico. Muy pronto comenzaron a hacerse evidentes las profundas desigualdades en conectividad y disponibilidad de dispositivos, pero permanecieron ignoradas otras desigualdades, tanto o más agudas que las diferencias en conectividad: entre ellas los necesarios espacios en casa para que el docente pudiese realizar una clase remota y la exigencia del trabajo doméstico, el que recae mayoritariamente en la mujer. El 75% de la planta docente en educación de párvulos, ciclo básico y enseñanza media en Chile está conformada por mujeres, quienes debieron combinar plataformas digitales con aseo, compras y preparación de la comida para la familia, entre otras obligaciones.
A lo largo de abril los docentes comenzaron a comprender que aquello que estaban obligados a afrontar era una exigencia pedagógica de emergencia, similar a la que han vivido muchos profesionales de la salud en hospitales y clínicas enfrentando la emergencia sanitaria. Entre el 12 y el 24 de abril unas inesperadas y extrañas “vacaciones de invierno” dieron un respiro tanto a docentes como alumnos, pero fue un respiro pasajero. Llegó mayo con nuevas presiones, nuevas incertidumbres y un progresivo deterioro de la salud no solo mental sino integral de docentes y de alumnos. Y cuando el calendario avanza hacia los 100 días de “docencia remota”, el estado emocional de docentes y de alumnos es el agobio, presente en todos pero muy especialmente en docentes y alumnos de E. Media y, de modo crítico, en alumnos de Cuarto Medio. El agobio es una mezcla de ansiedad, desesperanza y cansancio, y aparece cuando se enfrenta una situación imposible de superar; va minando los recursos de afrontamiento y facilitando la emergencia de trastornos en la línea de la ansiedad, del ánimo, cefaleas, disturbios gastrointestinales y empeoramiento de condiciones mórbidas previas; aparecen conductas de evitación de las tareas, que en los alumnos, especialmente de E. Media, consisten en refugiarse por horas en los videojuegos, RRSS y en las series de Netflix, mientras que en los docentes puede implicar el recrudecimiento en el consumo de ansiolíticos y una merma importante de las conductas de autocuidado. Los alumnos se preguntan si la gran cantidad de contenidos que están obligados a aprender tiene sentido; si se justifica estar más de 10 horas metidos entre las guías y textos; si están aprendiendo realmente; si esos aprendizajes les serán de utilidad; los más agobiados son los alumnos de 4° Medio, quienes además deben responder a las exigencias de los preuniversitarios, sin saber si se rendirá PSU o PTU, cuándo, qué contenidos son relevantes, cómo congeniar el trabajo curricular con las guías del preuniversitario, etc. Un alumno de 4° medio me decía “no sé qué priorizar, si los 50 ejercicios de matemáticas del Preu o el trabajo grupal a distancia de Filosofía, que nos exige leer al menos durante 4 horas seguidas de ahora a pasado mañana”. Y luego, con expresión de profundo desánimo, agregaba “y me pregunto si todo esto no será en vano… Llevo hasta ahora un promedio de notas de 5.7; pasé de 3° a 4° con 6.5 y mi meta es Ingeniería Civil”.
¿Qué ocurrirá en los próximos 100 días? No lo sabemos con certeza, pero sí sabemos que , en caso de que todo continúe igual, las aulas van a recibir a un contingente de adultos, niños y jóvenes abrumados, desanimados y con claro compromiso emocional y de su salud, en forma del llamado “burn out”. En consecuencia, es imperativo tomar acuerdos que permitan aliviarles y devolverles la confianza y el optimismo, los que deben ser consensuados entre todos los actores educativos y sustentarse en el valioso principio de la buena fe. En primer lugar, se precisa que padres y apoderados de colegios privados no continúen amenazando con suspender el pago de colegiaturas aduciendo que sus hijos están en casa. Deben tener presente que nunca sus hijos y los docentes habían trabajado tanto como en estos duros 100 días de aprendizaje remoto. En segundo lugar, los directivos de colegios y liceos deberán rediseñar el calendario de clases, estableciendo recesos que permitan que los alumnos puedan ponerse al día, consolidar aprendizajes fundamentales, reponerse del agobio y recuperar en parte al menos su estabilidad emocional, y que los docentes puedan disponer de tiempo para planificar un trabajo colaborativo, que evite la sobrecarga académica de sus alumnos por falta de coordinación. Es imprescindible priorizar el currículo, disminuir la carga académica, muy especialmente en E. Media y acortar las jornadas de clases a distancia. En estos tiempos de emergencia no solo sanitaria sino también pedagógica, un calendario de clases de lunes a jueves o de martes a viernes, o de 3 semanas al mes se perfila como un imprescindible salvavidas frente al agobio creciente y sus peligrosas consecuencias. Y será igualmente imprescindible que el Ministerio de Educación sea claro en su postura frente a esta repuesta pedagógica de emergencia: la salud de docentes y de alumnos debe estar en primer plano, porque las consecuencias de un “burn out” son graves y muy difíciles de abordar.