Columna de opinión

Los niños en el escenario de la incertidumbre

By 26 Marzo, 2020 No Comments

mucho más que cuarentena

Amanda Céspedes

Fundación Educacional Amanda

Erin Atwell, PhD en lenguas árabes y experta en “peacebuilding” (construcción de la paz) es la autora de un breve texto sobre los niños en la cuarentena que ha circulado profusamente por las RRSS, evidenciando el enorme interés de la comunidad de padres, abuelos, cuidadores, docentes y otros acerca de cómo cautelar el bienestar psicológico de los niños en este difícil tiempo de cuarentena. Surgen así innumerables preguntas, la mayoría de ellas centradas en obtener consejos que les guíen en el día a día con niños obligados a permanecer al interior de sus hogares.

La cuarentena, un término que data de por lo menos 5 siglos y que apunta a guardarse en casa hasta que desaparezca la amenaza de un virus nuevo y agresivo, pone a prueba la resiliencia de adultos y niños, obligados a interactuar durante las 24 horas. Aparecen desafíos nuevos, entre los cuales el teletrabajo académico y la entretención en situación de encierro forzado son las más desafiantes.

¿Qué es el teletrabajo académico? En palabras simples, es la obligación que tienen los alumnos de mantener la actividad curricular para lograr los objetivos anuales de aprendizaje sin asistencia a la escuela, y la obligación de los profesores de lograr aprendizajes efectivos a distancia, a través de plataformas digitales que faciliten el intercambio de actividades. En otras palabras, es intentar cumplir con el currículo escolar desde la casa. El MINEDUC se ha esforzado en disponer de plataformas efectivas para este propósito. Sin embargo, son numerosos los factores que entorpecen este objetivo y que es menester considerar. Uno de ellos es la inequidad en la disponibilidad de dispositivos digitales para escolares; esta es una dolorosa realidad especialmente en regiones rurales y territorios muy afectados por las carencias sociales y económicas. Otro factor es el espacio físico al interior de la casa que se utiliza para el trabajo escolar, el que debe ser “multigrado”, vale decir, adecuado para chicos y chicas de diversas edades, conviviendo en algunos casos escolares con bebés. La mayoría de los hogares sufre de una crónica carencia de espacios; en muchos hay hacinamiento. Y la estrechez física y el hacinamiento provocan impulsividad reactiva tanto en adultos como en niños, con aumento de la violencia verbal e incluso física. Por otra parte, las reglas que rigen tanto el trabajo como la convivencia al interior del aula son muy diferentes a las reglas al interior del hogar. La mayoría de los escolares acepta que no puede salir del aula a voluntad; que debe guardar silencio cuando se lo solicita el profesor; no ocurre así en la casa, donde hay libertad de movimiento y de interacción verbal.

Otro aspecto muy complejo y que no se considera de modo adecuado es que no todos los adultos en el hogar tienen habilidades para guiar a los escolares en el trabajo académico, de modo que es muy probable que se establezcan interacciones que van desde la impaciencia a la violencia. Debemos considerar, finalmente, que tanto adultos como niños en situación de encierro forzado por una amenaza se encuentran bajo efectos de estrés, irritables, ansiosos e impulsivos, favoreciendo las interacciones tóxicas.

Estos son los principales factores que se deben tomar en cuenta frente a lo que hemos denominado “teletrabajo académico”, y que deben invitar a las autoridades ministeriales y a los directivos de escuelas y colegios a ser prudentes y realistas: es imposible cumplir con el currículo escolar en la situación que está viviendo la ciudadanía. Pretenderlo solo va a contribuir a crear más tensión en las familias, con el consiguiente impacto emocional en los escolares, que ya están muy afectados por lo que está ocurriendo en sus vidas. Enviar a casa incontables guías de contenidos, trabajos de toda índole, fijando fechas y horas de entrega de los trabajos y penalizando a los alumnos que no cumplen, es no entender el impacto emocional de lo que ocurre, haciendo caso omiso del costo del estrés sobre el frágil bienestar de todos. El Corvid-19 nos invita a ampliar la mirada, a cambiar las prioridades, a olvidar el SIMCE, la excelencia académica y otros conceptos que, desde antes de la llegada de la pandemia, ya languidecían en su pertinaz obsolescencia. Seguir imponiendo un modelo educativo que ya venía fuertemente cuestionado es no entender en absoluto la magnitud de lo que está ocurriendo a nivel mundial y, peor aún, es no entender la fragilidad emocional de los niños y su derecho a un real bienestar incluso en períodos de amenaza.

¿Y la entretención en casa en tiempos de encierro?

El organismo humano es portentosamente sabio. Está dotado de recursos extraordinarios para hacer frente a las adversidades; estos recursos se muestran en todo su esplendor en los niños, dotados de una poderosa fuerza de supervivencia y de búsqueda del bienestar. Tales recursos tienen el poder de hacer fuertes a los niños, elevando sus defensas inmunitarias. Entre estos recursos los más importantes son el juego, el movimiento, la capacidad de fantasear, de transformar la realidad y la creación de vínculos de amistad y afecto. Todos ellos, sin excepción, se han visto amenazados por la situación de encierro forzado y la atmósfera emocionalmente tóxica que se va creando como resultado del encierro. El juego imaginativo, libre, creador, es acorralado por los videojuegos, generadores de tensión e irritabilidad; el movimiento es desplazado por la inactividad; la fantasía no encuentra los escenarios adecuados para desplegarse, y cede , derrotada, frente a las hipnóticas pantallas. Y la creación de vínculos de amistad y afecto se ve frenada por puertas que se cierran impidiendo juntarse a jugar, a conversar, a inventar otros mundos. Los chicos van perdiendo resiliencia y se tornan más vulnerables inmunitariamente. Por fortuna, el Corvid-19 sabe que ser niño es ser promesa de vida, y los respeta. Pero en este respeto hay un peligro, especialmente para los mayores de 12 años: si nadie de sus coetáneos enferma… ¿Tiene sentido tanto encierro forzado? Frente a esta pregunta surge inevitable la rebeldía, el enojo , el oposicionismo y la transgresión. El Corvid-19 ha llegado para poner a prueba no solo nuestra fortaleza sino nuestra capacidad de amor, expresado como tolerancia, aceptación del otro, indulgencia, sensibilidad a comprender a los más pequeños; nuestra capacidad para ceder y para perdonar, y nuestra creatividad para lograr lo que parece imposible: sobrevivir al encierro forzado por mucho tiempo más, aceptando que después del Corvid-19 ya nada va a ser igual; que todos los bastiones sociales, económicos, ideológicos, construidos por el ser humano están cayendo y estamos quedando desnudos de armaduras. Entonces nos viene muy bien saber que desde la aceptación de nuestra vulnerabilidad comenzaremos a ser verdaderamente fuertes.